La verdadera función de un profesor de Artes Marciales

Si un hombre rico tiene una gran mansión, e ilumina Cada cuarto de la misma

 …para que serviría esto?

Seria mejor si utilizara su prosperidad para colocar Una luz en alguna calle oscura,

para ayudar a todos»

«Gong Fu» significa «Habilidad que proviene de un entrenamiento sostenido en el tiempo». Su traducción en una palabra sería “Maestría” o “dominio”. Pero no se refiere a aquella habilidad con la que se nace, sino la que se cultiva con trabajo durante un largo período de tiempo.

Es fácil comprender, estudiando el profundo significado de este término, que si bien muchas personas practican Wushu, no son tantas las que han adquirido “Gong Fu”.

El proverbio que inicia este trabajo refleja el conflicto de muchos maestros, referido a qué hacer con lo aprendido, a quién transmitirlo, y con qué profundidad y dedicación – con qué nivel de entrega – realizar la tarea de enseñar.

Este capítulo está dedicado a la función del profesor. Pero está destinado a ambos, al profesor y al alumno, porque los dos están indivisiblemente relacionados en el proceso de aprendizaje del Arte. Y es muy importante, para poder mejorar esa relación, que ambas partes comprendan mejor a la otra.

Repasemos ese proceso que convierte a un alumno en profesor:

Lleva muchos años – suponiendo que hemos tenido la dicha de encontrar un buen Maestro – adquirir alguna habilidad en el Arte Marcial Chino. Muchos años, mucha dedicación, mucha atención, y capacidad para labrar una relación: la que tendremos – acaso durante toda nuestra vida – con nuestro Sifu.

Habiendo encontrado un verdadero Sifu y construido con él la compleja trama de la relación Si-To (Sifu/Todi, Maestro/discípulo), debimos haber pasado mucho tiempo entrenando y aprendiendo, tratando no sólo de hacer, sino de comprender lo que se ha enseñado.

Luego de varios años, y justo cuando hemos creído saber bastante, comenzará un período de esclarecimiento en el cual, ante todo, descubriremos que no sabemos nada, que tenemos solamente la maza, y que debemos moldearla, estudiarla, abordarla de nuevo para adquirir una comprensión mayor del Arte que hemos estado aprendiendo.

Serán esos años los que harán de nosotros practicantes maduros de Wushu. Será entonces cuando algunos, eventualmente, tendremos el permiso para transmitir el Arte a otros.

Entonces estaremos, por momentos y aún siendo alumnos, ocupando para otros el lugar de nuestro Maestro.

“Fantástico. Ahora el que debe decidir qué enseñar, a quién y hasta dónde, soy yo”

Algún lector se preguntará ¿por qué decidir qué, a quién y hasta dónde?

No es fácil explicar esto. Se hace necesario adentrarnos en las tradiciones que por siglos han formado parte del acervo cultural de nuestro Arte.

La Escuela Tradicional de Wushu

Durante siglos, el Wushu ha sido transmitido como algo serio. Para los chinos no se trata solamente de un Arte Marcial, de un método de lucha, sino que Wushu representa una parte muy importante de su milenaria cultura.

Por otra parte, no existían hace 500 años academias donde un ciudadano cualquiera entraba, pagaba una cuota y a los pocos minutos estaba aprendiendo. Para aprender Wushu había primero que convertirse en alumno de un Maestro. Y eso no era una cosa simple, mucho menos, rápida. No era algo que cualquier persona podía hacer: solamente los que estaban totalmente decididos a aprender, podían transitar los pasos que se necesitaban para entrar en una Escuela.

De manera que el aspirante debía ser presentado al Sifu por alguien de confianza, un “padrino”, y luego el Sifu estudiaría al nuevo alumno hasta averiguar si poseía las condiciones necesarias para pertenecer a su Escuela. Estas eran:

1) Humildad, para que el futuro experto no cayera en la soberbia y fuera peligroso para la sociedad y deshonrara el Arte.

2) Voluntad de aprender, para poder dedicar al Arte Marcial el tiempo necesario y la fuerza de entrenamiento requeridos.

3) Respeto hacia el Maestro, que garantizara una relación de por vida que permitiera continuar el linaje marcial.

4) Condiciones morales y virtudes de vida, para que el nuevo exponente contribuyera al prestigio y no a la decadencia del Arte, siendo un individuo positivo en la sociedad.

5) Compromiso genuino, para que el Arte fuera transmitido en su forma pura y completa para las próximas generaciones.

Aceptado el nuevo alumno, pasaría varios años entrenando rigurosamente el estilo o Arte de la Escuela, dedicándole todo su esfuerzo. Eran épocas en que los Maestros exigían al alumno condiciones de absorción óptimas, muchas veces teniendo exigencias que se convertían en auténticos filtros, que servían de selección natural para que de entre el grupo de alumnos surgiera aquel que destacara, para convertirse eventualmente en el continuador de la Escuela.

Estas costumbres en el marco de una estructura de Familia Marcial, constituyeron las bases de lo que llamamos “La Escuela Tradicional de Kung Fu”.

Y es solamente dentro de esas escuelas tradicionales que han llegado hoy a nosotros, donde se encuentra el verdadero Arte Marcial Chino clásico.

Durante la Revolución Cultural en China, pasaron más de 10 años de historia en los cuales el Wushu fue prohibido. Si no hubieran existido estos valores tradicionales, si no hubiese sido por el amor incondicional que muchos Maestros sentían hacia su Arte, el Wushu Tradicional hoy ya no existiría, ya que una década de prohibición puede aniquilar a toda una generación en una disciplina.

Muchos maestros durante esos tiempos, terminaron en la cárcel solamente por enseñar o practicar kung fu. Otros terminaron ejecutados, perdieron su vida. Tal fue el sacrificio que demandó preservar el Kung fu para las futuras generaciones!

Fueron esos héroes que entrenaron en secreto, que siguieron trabajando en la sombra, los que mantuvieron vivo el Arte durante los años de prohibición y permitieron sobrevivir al Wushu en la China Continental.

¿Cambiar y conservar la Esencia?

Hoy los tiempos han cambiado. Sí, hoy no es como ayer. El mundo del Arte Marcial se ha transformado, y muchos se preguntan qué lugar ocupan en esta época las costumbres de antaño.

Por eso, no nos equivoquemos: no todo lo que se mueve en este mundo debe ir “en masa” y seguir mecánicamente las fluctuaciones de los tiempos modernos. Mucho de lo que ha cambiado en el mundo, ha sido para bien. Pero no todo…

El tema no sería en todo caso, cambiar o no, sino saber cómo conservar el Arte pese a todos los cambios que ha habido en el estilo de vida, la sociedad, las costumbres y las relaciones.

Cuando un alumno entra a un Kwon – como se denomina en el Kung Fu, a la sala de entrenamiento o al instituto – generalmente lo hace “fascinado” por la filosofía, la cultura, la historia del Arte Marcial. ¿Pero es en serio, o simplemente es una postura fantasiosa que – como una casita construida con un mazo de cartas – se cae cuando soplamos, ante la primera brisa de realidad?

Eso solamente puede decirlo el tiempo. Uno de mis hermanos mayores en mi Escuela suele decir: “el tiempo lo resuelve todo”. Y tiene razón.

Muchas veces, los profesores descubrimos tarde o temprano, que la fascinación de esos alumnos hacia la tradición se acaba cuando las obligaciones propias de esa tradición, les tocan sus individualidades y deseos personales.

Eso no es fascinación por una tradición, sino que es una simple admiración por algo que ellos no pueden adoptar como propio. Esos alumnos no podrán entonces continuar un legado simplemente porque no lo pueden absorber para sí mismos. Y los golpes y patadas, las armas y los ejercicios de Chi Kung, vienen en el mismo paquete junto con la Tradición Marcial. Si falta esa tradición, falta el arte, se convierte en un objeto de deseo y no en un fin en sí mismo.

Pero ahora, volvamos al profesor.

El profesor que hoy se adapta a la realidad de este siglo, comprende que el Arte Marcial puede ser una invalorable herramienta para mejorar la calidad de vida de muchísima gente. Por eso abre institutos, enseña masivamente, acepta irrestrictamente a todas las personas y enseña – en un régimen de dos o tres clases semanales – una versión más liviana, más accesible del Arte.

Con el tiempo, de entre ese grupo de alumnos surgirán algunos que se destacarán y estarán dispuestos a hacer uno o varios esfuerzos extra, deseando aprender el Arte Marcial genuino y reclamando o solicitando dicho aprendizaje a su profesor. Ellos dejarán de ser alumnos, para convertirse en discípulos, en los futuros continuadores del linaje marcial.

De no ser por estos buenos alumnos el Arte ya no existiría. De hecho, la falta de buenos alumnos es uno de los problemas más graves que afronta nuestro querido Wushu.

Todo profesor desea encontrar al menos un discípulo. Y como todo hijo que uno ha sido de su Sifu, solamente puede construir en base a lo que ha vivido. Hay una comunión muy especial entre el mundo de un buen discípulo, y el de su Maestro. Quien ha vivido la experiencia de aprendizaje del Wushu con la intensidad debida, desea conservar en su Kwon esos aromas tan particulares que flotaban en el aire de su Escuela original, donde se transpiraron tantas horas de búsqueda.

El célebre García Márquez dijo una vez – palabras más, palabras menos – que “uno sabe que esta envejeciendo cuando reconoce en su propio rostro el rostro de sus padres”. Yo diría que uno se siente maduro como profesor, cuando reconoce en su Kwon, un aire similar al que habita en el de su Maestro.

Luego está la responsabilidad de construir una generación más de la Familia Marcial, que no se degrade, sino que por el contrario, sea digna continuadora del camino, garantizando la supervivencia de la herencia marcial de nuestros Ancestros.

De ahí que cuando nos paramos ante nuestro grupo de alumnos, no podemos simplemente dar una clase, sino que en silencio, con cierta pretensión de sabiduría o bien con mucha carga de responsabilidad, queremos aprender QUE, CUANDO, COMO enseñar, y a QUIENES.

Porque uno de los requisitos indispensables en el alumno serio, es el merecimiento de lo que se le transmitirá.

El poeta de la Dinastía Tang, Li Po, decía “Hay otro Cielo y otra Tierra más allá del mundo de los hombres”. (del Poema Conversación en las montañas). El Arte – en este caso, el Wushu – nos transporta a ese otro Cielo y esa otra Tierra.

Al Arte hay que crearle un ámbito adecuado, sin el cual moriría. Sin ese mundo, desaparecería algo de esa esencia que debemos preservar.

Como un Espejo…

Ser como un espejo que refleja exactamente lo que se pone ante él, esa es la esencia de la correcta enseñanza del Wushu Tradicional. Lo aprendí hace algunos años nomás, después de mucho observar a mi Maestro, Chan Kowk Wai. En busca de inspiración para aprender a ser un buen profesor, recurrí al modelo sabiendo que en algún momento captaría el concepto dentro de su estilo de enseñanza. Fue entonces cuando charlando con uno de mis hermanos mayores, mencionó la palabra “espejo” y se abrieron mis ojos ante esa realidad.

Para ser justos como profesores, debemos ser como espejos. Si no lo somos cometeremos errores, elegiremos lo inelegible, acomodaremos lo que no se puede acomodar, daremos privilegios sin darnos cuenta, o bien sin querer dejaremos relegado a quien se esfuerza porque justamente – por no ser como un espejo – pretenderemos determinar todo lo que ocurre a nuestro alrededor…algo francamente imposible.

Para ser buenos profesores, dije, debemos ser espejos. Pero un espejo y un ser humano son tan distintos… el espejo no miente, no engaña. Pero la verdad a veces duele, entonces el profesor que no actúa como un espejo, se mete entre la imagen y el objeto, y trata de cambiar lo que no se puede cambiar.

Cuando somos malos espejos, fallamos como profesores. Enseñamos lo que no es merecido, perdonamos lo imperdonable, y tantas otras cosas. Intervienen lo afectivo, la seducción del alumno, nuestras indecisiones. Tratamos de decidir, cuando en realidad simplemente tenemos que dejar que el Tao de cada alumno decida por nosotros…

Mi Sifu me dijo una vez “Cada alumno tiene su propio Tao”. Me lo dijo porque se dio cuenta de mis dudas sobre qué, cómo y cuándo enseñar. Aprendí entonces que, contrariamente a lo que la gente suele pensar, el gran tomador de decisiones del Kwon es el alumno. Muchos alumnos culpan a sus sifus por sus fracasos, sus tardanzas, sus demoras en aprender… cuando en realidad deberían pensar qué es lo que causa que no aprendan.

Debemos explicarles a los buenos alumnos, que nosotros solamente somos espejos, que podemos enseñar el arte y transmitir su técnica pero no podemos insertarla en el alumno a menos que éste haga el movimiento correcto.

También debemos explicarles a los buenos alumnos, que no es posible recibir un tesoro sin que ello traiga aparejada la observancia de obligaciones hacia la Escuela que se lo ha otorgado. Porque la ingratitud daña la esencia del Arte, porque la transmisión requiere merecimiento y el merecimiento es en función de la ética, y muchas veces la ética y la reciprocidad chocan con los deseos personales del alumno.

Cuando esto ocurre hay que pensar con buen discernimiento si no somos – los alumnos – un poco inmaduros en querer “el pan y la torta”, en querer tener lo que deseamos pero no hacer lo que se requiere. Tenemos que decidir si esa fascinación por las tradiciones marciales, la filosofía marcial y el Wu De, es lo suficientemente real como para permitirnos ser protagonistas de la obra, o bien simples observadores.

En un buen alumno no debería haber diferencia de intensidades entre el esfuerzo para recibir – aprender – y el esfuerzo para satisfacer las expectativas de su Maestro. Cuando separamos una cosa de la otra, no somos buenos alumnos, simplemente somos gente que desea.

Somos así, como un niño que quiere comer el postre pero no está dispuesto primero, a tomar la sopa. Esa actitud, en un niño es totalmente normal. Pero en un alumno, en alguien que tiene el uniforme de kung fu puesto…es bastante problemática.

No es posible asegurar la supervivencia de un Arte clásico si los que van a continuar el camino, no comprenden el significado de los valores éticos del Wushu. Esos valores están resumidos en la construcción de la relación Si/To y la construcción de la “Vida de Kung Fu”. Si pretendemos simplemente aprender, y queremos que dichos valores y costumbres se adapten a nuestros deseos personales, entonces estaremos bajando el Arte de su plano original para llevarlo a nuestro plano personal, cayendo en el peligro de que nuestro nivel no sea lo suficientemente sustancioso como para mantener vivo lo que amamos.

Esto no es un precepto, sino que se apoya en la realidad de todos los días. Podría dar miles de ejemplos en los que el deseo personal de un buen practicante, al concretarse, se convirtió justamente en su limitación para mejorar en el Arte:

Instructores que por vanidad abandonan sus Escuelas para construir su propio espacio. Algo así como pretender que una porción de pizza es mucho más que una pizza entera.

Alumnos que van de profesor en profesor, llevados por diferentes motivaciones, sin comprender que en realidad, no están aprendiendo nada “de verdad”.

Alumnos que eligen a sus profesores por cuestiones que no tienen nada que ver con el arte (me queda cerca, me gusta el ambiente, me enseñan rápido, etcétera).

Practicantes que buscan superar a sus compañeros más que a ellos mismos, equivocando totalmente el objetivo de la práctica

Practicantes que no actúan con la debida reciprocidad hacia sus Maestros y toman decisiones que lesionan la relación.

Practicantes que centran su esfuerzo en aprender, pero no se preocupan de cultivar una buena relación con su Sifu y con sus compañeros de práctica.

Practicantes que mientras no saben son una maravilla, pero que cuando aprenden lo que consideran suficiente, cambian radicalmente la calidad de relación con su Maestro.

Practicantes que – a modo de carrito de compras – toman lo que les va y dejan lo que no les va pero que al mismo tiempo, se consideran a sí mismos alumnos serios.

Muchos son los ejemplos, muchos son los problemas. La solución más simple es ser como un espejo, para que el alumno comprenda que sí, que puede decidir, pero que consecuentemente hay un efecto para cada causa, y que no serán ni más ni menos que lo que hayan construido de sí mismos.

Porque el Gong Fu no es otra cosa que Causa y Efecto. Y como dijo mi Maestro, cada alumno vive su propio Tao. Pero si somos malos espejos, tendremos a la larga malos alumnos y estaremos poniendo en peligro la preservación de nuestro Arte para las próximas generaciones.

Nosotros – los profesores – seguiremos siendo espejos, esperando que un objeto refleje una figura largamente ansiada, para ver en dicho reflejo la imagen de nuestra aspiración: la correcta transmisión del Arte Marcial Chino.

 Profesor Horacio Di Renzo

Entradas relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *